10 motivos para enamorarse de Marruecos

Decía Mark Twain que viajar es fatal para la intolerancia, los prejuicios y la estrechez de mente. No es fácil hablar de las cosas que te acarician el corazón. Nadie nos ha enseñado a hacerlo. Pero, ya que me lo preguntan tanto, les diré que me apasiona Marruecos porque pasé ya demasiados años recorriendo ciudades cosmopolitas, pulcras y monumentales. De Copenhague a Sydney. De Vancouver a Buenos Aires. Refiriéndose a Marruecos, escuché tantas voces negativas del tipo: "¿Ya has visto los videos de las violaciones y lapidaciones? ¿Sabes que es esos países la mujer es menos que basura? Pero si aquello es un desbarajuste, mugre, discriminación, tercermundismo..." Los prejuicios hacia la cultura árabe y los musulmanes, por desgracia, están a la orden del día. Cierto que Marruecos le puede parecer un caos al turista occidental. No lo recomendaría a los más escrupulosos. Y creo que no es para todo el mundo. Y es que lo odias o lo amas. Y yo volví enamorada de Marruecos y de los marroquíes. Y he aquí quince razones por las cuales volvería encantada: 


1) --- Porque, como dice la canción aquella de "Con R de rumba", quiero acción y aquí no pasa casi nada. Marruecos es una bomba para los sentidos y la cantidad de estímulos diarios que recibes hace que te sientas vital y llena de energía. Hace que tengas que estar muy alerta para gestionar todo lo que el país te ofrece. Pura interacción. Pura acción-reacción. Cualquier día te va a pasar algo, me advierten. ¡Pues por eso! Porque siempre pasan cosas, porque fluye ¡y de qué manera!. Por Europa he disfrutado de lo lindo de todo lo que viajar supone, pero nunca he llenado la mochila de anécdotas como en el Magreb. Ni buscándolas, ni provocándolas. Jamás. Los momentos que me regaló el país africano, gracias a la inevitable improvisación, son únicos, irrepetibles y no veo el momento de atravesar el mar océano para coleccionar más. 

2) --- Porque los marroquíes son tremendamente hospitalarios y cálidos. Se preocupan por cuidarte y hacer que te sientas a gusto. Y me sorprende a la vez que me divierte, lo mucho que saben de México (en contraste con lo poco que sabemos nosotros de ellos). Conocen a Cantinflas, transmiten películas de Chema Yazpik en la TV, cantan a Luís Miguel y a Alejandro Fernández, se saben todas nuestras palabras malsonantes y en su boca suenan deliciosas. Lo que verdaderamente me facilitó mucho las cosas a la hora de comunicarme fue la sencillez y la soltura lingüística de los marroquíes. Paseando por las medinas encontraré nativos hablando francés, italiano, portugués, inglés o español con bastante fluidez, y hasta chapurreando alemán, ruso o chino. Además de sus idiomas oficiales, que son el árabe y el tamazigh. Me dio pena que yo llevo toda mi vida estudiando idiomas, me jacto de darme a entender en ocho, y allá los chicos de 25 años los hablan todos mejor que yo. 


3) --- Sus paisajes son de contrastes. Del azul atlántico salpicado de gaviotas de Essaouira, con fuertes amurallados y lanchas color tuareg, a las cumbres nevadas del Alto Atlas. De las dunas doradas del desierto de Erg Chebbi al palmeral de 100 kms del Valle del Draa. Montañas onduladas, granates, ocres y azules. Gargantas profundas de las que brotan manantiales de agua fresca. Extensiones de verde sabana donde los dromedarios pacen y duermen entre los arbustos. Se ven paisajes desconocidos en el medio de la nada, se escucha el más insondable silencio y tus ojos descubren una panorámica de 360 grados intentado registrar lo que tienen delante. 


4) --- Sus ciudades son vibrantes. Nada como perderse en la medina de Tetuán, con sus muros encalados de los que cuelgan las buganvilias. O regatear en el zoco de Marrakech y cenar en su siempre animada plaza de Jemaa el Fna, el mayor teatro del mundo. O sentirse estrella de cine en los decorados de los estudios de Ouarzazatewood. Recorrer palacios de los antiguos sultanes, tumbas centenarias y escuelas coránicas. Transitar por las callecitas azules llenas de arte (y de hachís) y bañarme en las cascadas de Chaouen. 


5) --- En la Plaza Jemma el Fna, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial, la sensación es de estar en un cuento de las 'Mil y Una Noches'. Es un espectáculo en sí cuando el sol cae, cientos de personas montan sus puestos, los turistas se mezclan con músicos, limpiadores de zapatos, tatuadores de henna, bailarines, vendedores de aceite de Argán (o del juego de naranja más exquisito que hayas probado), encantadores de serpientes, adiestradores de monos... en su conjunto, una plaza que despierta todos tus sentidos. Las terrazas de las azoteas se llenan para admirar la puesta de sol, los tejados de las casas con sus antenas parabólicas, el bullicio de la plaza, la mezquita, el rezo... hay que estar allí para sentirlo. 


6) --- Su deliciosa gastronomía. Me pierde el sabor y olor del cilantro fresco y azafrán que impregna toda su cocina. Unos msemmen con miel de argán o con queso de cabra, un cous-cous de verduras, pasas y almendras, un jugo de aguacate con naranja para morirse, un delicioso tagine de cordero recién hecho, peces de extraña apariencia y alucinante sabor que saltan del mar al fogón, o simplemente una harira, esa exquisita sopa espesa de verduras y legumbres, ligeramente picante, repostería alucinante con ingredientes imposibles. 


7) --- Los Hammam. Que estos baños estén habitualmente cerca de las mezquitas no es casualidad; antes de rezar los musulmanes deben hacer un riguroso ritual para realizar la oración de forma limpia y pura. Además, en Marruecos, como en tantos otros lugares, muchas de las casas no tienen una regadera o una tina propiamente dicha. Algunas tampoco agua caliente. Por eso, es común que la gente acuda con mucho gusto a estos baños públicos varias veces por semana para conseguir esa pureza corporal y espiritual. Unos baños a los que las mujeres más tradicionales van con sus hijos para reunirse con otras mujeres, salir de la rutina, distraerse, contarse penas y alegrías y, ya de paso, familiarizar a los chamacos con el cuerpo humano, sin tabúes. Ir a un hammam no es sólo una cuestión de higiene. Es un ritual que va mucho más allá y que tanto hombres como mujeres realizan para cuidar su cuerpo y su alma, para relajarse y meditar. Lo normal es ir en traje de baño y con chanclas, con una toalla y con el frasco de champú en caso de que lo vayas a utilizar. Además hay que llevar un guante-esponja y jabón negro (savon noir) que te exfolia hasta los malos pensamientos, para que la señora -o señor- del hammam te bañe como lo hacía tu mamá cuando tenías dos años. Los occidentales no estamos acostumbrados a este tipo de servicios y dejar que un desconocido te haga en público lo que normalmente tú mismo te haces en la intimidad, especialmente si eres pudoroso, no es fácil. Menos aun cuando la octogenaria en top-less te pide que te quites el bikini, que le estorba para pasarte el guante con jabón y poder dejarte la piel como nalguita de bebé. En caso de que no quieras hacerlo basta con decírselo unas veinte veces para que te haga caso y no vuelva a intentar arrancarte la poca ropa que te queda. Let it be, a disfrutar la experiencia... Y nunca había dormido mejor ni tenido más dulces sueños. 


8) --- Porque la gente te mira siempre a los ojos cuando te habla. Y no sólo eso sino que te saluda cuando te ve y se despide cuando se va. Leyes básicas de convivencia que en algunos lugares parecen ya prohibidas. La gente en Marruecos no se limita; si les molesta lo dicen y si les gusta también. La gente se muestra, se expresa, se expone. No soporto a los que tienen la misma cara trabajando que de vacaciones. La misma actitud encabronados que tranquilos. La misma expresión en el médico y en el bar. La misma sonrisa enamorados que amargados. En Marruecos si se enojan, se enojan. Y si se alegran, se alegran. Si quieren, quieren. Y si odian, odian. Si trabajan, trabajan al Sol en pleno Ramadán veraniego. Y si descansan... Si descansan descubres una nueva dimensión de la vida contemplativa. Con pasión, con intensidad. ¡Con actitud! No les gustan las medias tintas porque saben que, a la larga, siempre se acaban borrando. Van con todo o no van. Por eso, como se suele decir, a los marroquíes se les ve venir. Y me encanta que sea así. 


9) --- La seguridad. Familiares y amigos me advertían sobre los inminentes peligros de viajar sola a un país musulmán, sin hablar árabe, en "zona de guerra y terrorismo". La verdad es que hay un gran control y la policía cuida mucho al turismo, que es su principal fuente de ingresos, en especial tratándose de una mujer sola. Por supuesto hay que tener sentido común y no andar haciendo locuras, evitar zonas marginales, nunca se está a salvo del todo. Pero eso me detendría también de viajar a París, a Madrid, a Londres o a Niza, donde también han habido atentados y otras plagas. Mantener tus pertenencias a salvo para evitar los pequeños hurtos que pueden amargar las vacaciones. Andar con precaución, no con miedo. En ningún momento y en ningún lugar me sentí insegura o amenazada en forma alguna. 


10) --- Y principalmente, porque recorrí ese extraordinario país de la mano de tres príncipes del desierto: y Hassan, Hamid, Mustapha, que me hicieron sentir una diosa, que cuidaron mi seguridad más que mis propios hermanos, que me mimaron y consintieron hasta mi último capricho. Y encima de todo, son guapérrimos. 


Un plus: Marruecos es como un desconcertante viaje en el túnel del tiempo: por momentos es una escenografía de película épica, viajas doscientos años atrás; otros, viajas al futuro con el proyecto de energía eólica más grande del mundo, que provee incluso a Europa. Por momentos es África pura, por momentos parece Asia (por sus colores, sus aromas, su vida callejera), por momentos se asemeja al imaginario colectivo que tenemos de “Arabia” y sus mil y una noches, y a veces hace palidecer a los asépticos USA.

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